sábado, 25 de enero de 2014

Mitos y realidades del trabajo del detective privado

Cómo nos presenta la ficción al investigador privado y la realidad.... cosas bien distintas


Lo que se piensa del detective privado de inmediato se une a la pantalla grande o pequeña del cine o televisión o bien en hojas de libros donde desfilan tipos solitarios, minuciosos y preguntones que buscan una verdad escurridiza. La ficción del detective tiene países, culturas, personajes y hasta modos de resolver casos.

Los que vislumbramos del frío escandinavo investigan casos complejos de mentes retorcidas. En los pagos californianos el detective se pasea entre palmeras por mansiones donde interroga sobre dineros, y tramas. En España el detective del celuloide o novela son casos de sangre, poder y corruptos los que olfatean sabuesos que poco tienen que ver con sus colegas británicos o los que salen del ‘noire’ francés’, ‘giallo’ italiano o ‘krimi’ alemán.

Las ficciones de las que hablamos nos presentan a un detective privado pegado a la realidad y la sociedad en el peor de los contextos. El detective de cine o papel pivota sobre un personaje que solventa casos imposibles para la policía tamizada por el poder al que representa y sirve. Leemos o visualizamos más servidores públicos corruptos que investigadores vendidos al cliente privado que le paga la minuta dependiendo de lo que averigüe.

El balance entre realidad y ficción del detective privado se inclina a favor de la hipoteca del mito.

Sea como sea un detective terrenal, de carne y hueso, su interlocutor lo imagina reportado a casos del cine o literatura. Ese lastre lo lleva como puede el sabueso que intenta ayudar a su cliente con su mejor hacer, con la forma de llegar hasta la verdad.

Llegados a este punto debemos añadir que el detective real resuelve casos a favor de pactos, defensas o acusaciones o simplemente para suministrar el dato que el cliente precisa. Cobrar honorarios no significa vender informes si pensamos de entrada en la parcialidad del investigador privado profesional.

Por estas razones el detective con el que podemos hablar de cómo superar problemas o referirle sospechas es alguien útil, rentable y con el que no se debe perder un tiempo que es precioso para todos.

¿Nos fiamos del detective privado?

Esta pregunta parece innecesaria si hablamos del sabueso de la ficción. Son tipos de fiar, honestos y que se naturalizan con sus fuentes e interlocutores. En la realidad no tiene por qué ser así.

La fiabilidad de detective privado depende de su experiencia, contactos y profesionalidad. 

No es baladí ser un buen detective por azar. Para merecer la confianza no se puede defraudar. Esto es sagrado para el que se considere profesional. El cliente del detective no sólo paga el trabajo del mismo, también transfiere datos reservados y endosa una confianza que debe ser respondida con absoluta lealtad.

De esa fidelidad meridiana escribió Ortega y Gasset que es ‘la distancia más corta entre dos corazones’. El inolvidable filósofo adivina lo que palpita en cualquier profesional que se precie de ello.

Las distancias entre realidad y mito aplicadas al detective privado son cortas según vemos. Pero muy largas si no se saben recorrer. 


No se puede negar que algunos que conocen al detective en realidad se decepcionan, y no es culpa del humano al que preguntan. Es el pago de una hipoteca que nadie sabe dónde se firmó ni quién la paga. Lo penoso es que demasiados investigadores privados de carne y hueso hagan caja con el mito para destapar su mediocridad, complejos o la urgencia de psicoterapia.

Los buenos detectives privados, y no es palabrería, debe respetar el mito que se le asocia. Pero sólo eso. Todo lo demás es camino directo al ridículo. Y para tales empeños hay muchos, bastantes, candidatos.    

 
 


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