Los detectives privados investigan falsas enfermedades mentales
Los detectives que se precien de profesionalidad deben tener fino olfato para vislumbrar mentiras, fantasías o medias verdades en los relatos de sus clientes. En el mundo de la empresa, abogacía, ejecutivos y personas formadas se esconden individuos que contrataban investigadores privados arrastrados por enfermedades mentales.No es papel del detective privado diagnosticar, evaluar ni tratar patologías de la cabeza.
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La experiencia de los casos y los años hace que el ojo casi clínico del detective privado alerte de estas personas con las que mejor adoptar cautelas para evitar graves conflictos, denuncias o demandas judiciales.
Debe considerarse que al detective, y nunca nos cansaremos de repetirlo, se le adjudica un injusto plus de maldad como profesional siniestro reportado a los peores empeños.
Lo mismos trucos o prácticas que hace el detective lo hace un periodista, policía, escritor o fotógrafo y hablamos de un servicio a la sociedad digno de premio.
El detective privado, sin embargo, merece ser analizado por la autoridad por si su operativa entraña delito.Escribimos esto porque los celos enfermizos, paranoias, bipolaridad, personalidad límite o angustias vitales generan muchas visitas a agencias y encargos. El cliente-enfermo raramente desvela lo que no quiere que descubra el detective. Sólo le guía hacia sus particulares expectativas.
El conflicto surge cuando el detective no responde a las calenturas mentales de estos singulares clientes. Y la gravedad del entuerto está en el tono que adquieren las demandas del cliente. Las presiones de estos sujetos son inasumibles. Salir del entuerto parece tarea imposible.Vayamos algunos ejemplos de la labor profesional de un investigador privado.
Un delegado territorial de una empresa sospechaba de un directivo de infidelidad laboral con la competencia.El investigador privado realizó casi una decena de informes en los que el denominador común fue que las sospechas del cliente fueron tajantemente desmentidas. Un superior del delegado lo trasladó de destino, concretamente al extranjero, para evitar el despido. La historia se resumía en que aquel ejecutivo sabía de los males mentales diagnosticados de su exjefe.
Un agricultor empresario y potentado estaba convencido que jamás pudo emparejarse en su pueblo porque una bruja local le echó mal de ojo cuando era joven que le espantaron las mozas del lugar. El detective privado, ante tan insólita misión, descarte documentadamente de la fiebre del cliente. La respuesta del terrateniente fue furibunda. Tachó al detective privado de delincuente por no seguir su perversa justificación de soltería vitalicia.
Los celos enfermizos llevan a hombres y mujeres convencidos en la propiedad de sus parejas a despachos de detectives privados. Estos profesionales hacen lo que pueden para desmentir la mayoría de las veces sospechas que sólo se albergan en mentes disparatadas.
Últimamente hay que andarse con cuidado con algunos sujetos porque hasta exhiben a priori documentación psiquiátrica al detective. Con estas credenciales el mensaje subliminal es que si no hay resultados ‘a la carta’ esperan tormentas.
La moda de denunciar por presuntos ilícitos al detective por clientes y objetivos cala entre algunos jugadores y fiscales. Estas acciones legales ‘cuelan’ en juzgados porque parecen veraces. Se da el precepto de la coherencia. El plus de maldad hablado propicia que emperro muerda al humano, y no al revés. No es noticia lo contrario.
Deben saber los que esconden o visibilizan sus males mentales que los detectives privados no suelen tener pelos de tonto. Ni son imbéciles. Por cierto un grado psiquiátrico.
Nos preguntamos por último si estas personas son realmente enfermos. Su inteligencia les ha paseado por licenciaturas y doctorados universitarios, despachos importantes y consultas de especialistas. Pero difícilmente engañan al investigador privado. Su olfato huele a estos listos.
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