Una de las mejores misiones de los detectives privados es satisfacer al cliente. Especialmente si se trata de rentabilizar lo que le paga al sabueso por su trabajo.
Cobrar lo que se adeuda es sólo posible, cuando el moroso obstaculiza, impide, esconde y retrasa deliberadamente el pago, por vía judicial o mediante pacto privado.
La morosidad es uno de los males contemporáneos que paraliza la economía. Afecta a la banca, empresas, divorciadas o madres sin ingresos, profesionales, comunidades de vecinos, trabajadores, proveedores, arrendadores, clientes…. Estos son algunos colectivos, por poner ejemplos, de tan demoledora situación.No pagar a tiempo es un castillo de naipes lo que derrumba. Para paliar el problema es rentable invertir a priori en la solvencia del proveedor, cliente o socio.
Pero la utilidad del detective privado en tales menesteres es una historia que merece un aparte.
Buscar bienes es una de las tareas más apasionantes y enriquecedoras del buen investigador privado. Décadas atrás constituía una de las principales fuentes de ingresos. Normalmente, al detective se le contrataba para documentar bienes muebles e inmuebles sujetos a embargo. Hoy tales empeños son residuales porque sale gratis mediante la ejecución de sentencias judiciales.La utilidad del detective ahora se ha redirigido hacia documentar la falsa insolvencia de los listos de turno, desvelar vínculos entre testaferros, personas interpuestas, hombres de paja o como se quieran llamar estos personajes que esconden bienes ajenos. Es delito vender antes de ser embargado cuando la deuda es firme o desviar bienes para no pagar obligaciones vencidas.
Los morosos del siglo XXI tienen varias modalidades.
Los sobrevenidos es porque materialmente ni pueden pagar lo que deben. Se han quedado parados, se divorciaron y repartieron miserias y deudas, heredaron deudas en vez de bienes o la crisis les ha traído ruina.Otros morosos lo son porque les gusta que les escriban, llamen, les persigan, demanden o les cuesta pagar lo que deben. Estos son clásicos en e argot. Les gusta dosificar sus bienes y activos a quienes les deben de todo.
Hay personajes más peligrosos y son los profesionales del impago. Intentan ser confundidos con los primeros, es decir, los que les vino mal la cosa. Estas son las historias que cuentan al menos.
Con tácticas dilatorias, las que de verdad retrasan demandas, excusas de toda clase alegando estancias hospitalarias, muerte de familiares, desgracias de variado tipo y origen viven en su cielo.
Cuando les acosa el acreedor cansado de palabrería, este moroso adopta el plan ‘b’. Cambia de domicilio, se muda hacia la deriva. Se esfuma entre familiares o parejas e íntimos solidarios.
La última fase del profesional moroso es aceptar ser pillado en su fechoría. Suele dar con su paradero y mentiras el detective más avezado. Pero el trato que propone es la quita de parte de la deuda o transformarse en insolvente. La paciencia del acreedor entonces se desmorona. Se entrega a la demanda judicial o la ejecutoria de sentencia.
El moroso, en suma, tiene plantilla millonaria en España. Lamentablemente mucha gente no puede pagar lo que debe. Los tipos de morosidad que describimos mayoritariamente son víctimas inocentes de la deuda más que actores de la mora.
Buscarle bienes al moroso es de los casos más divertidos para el detective detrás de profesionales en la materia. Los peores objetivos del sabueso son los morosos que viven al margen de la fiscalidad, ajenos a obligaciones tributarias y sociales y al día con efectivo que manejan en su bolsillo o debajo de la cama. A esos morosos no hay detective privado que les pille bien alguno. El mal lo llevan en su cotidiano. Por cierto, demasiado frecuente durante los últimos tiempos.
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