martes, 21 de enero de 2014

¿El detective privado como espía...?

Los últimos tiempos presentan al detective privado asociado al concepto de ‘espía’.

Noticias periodísticas, libros, reportajes en radio y TV nos hacen creer, dentro del mito fílmico-literario, que el binomio detective privado-espía es algo que no se puede disociar. Parecen pareja perfecta.  


Image courtesy of Stuart Miles / FreeDigitalPhotos.net
Del orbe anglosajón nos viene el modelo del espía contemporáneo. Las grandes guerras, intrigas de palacio, despacho del poder siempre se condimentan con algún discreto personaje bien contactado, con habilidades sociales, culto y políglota que hace preguntas u oye lo que le piden. Los espías son muy útiles para el estado o gobierno al que sirven.

No pueden imaginarse algunos desenlaces bélicos, pactos internacionales, movimientos de mercado o decisiones políticas sin el concurso de una buena información de la parte más oscura, la que se creía desatendida en cuanto a sus movimientos, actores e intereses que la sustancian.

Los espías están concentrados en cúpulas del poder con hilo directo en el proceso de toma de decisiones. Diseminados en escalas, operativas y analistas, se surten de las tecnologías para completar su tarea de análisis y obtención de datos. Los intereses a los que sirven les superan porque son permanentes e inamovibles: el estado manda. Otra cosa es que el factor humano encarne al gobierno, castas o lobbys cercanos al poder derive al espía hacia terrenos más pantanosos.

Hasta aquí podemos entender que los espías tengan las normas como referencia. Se sospecha que para colmatar el servicio al estado no siempre se respetan las leyes que nos alcanzan a todos. Dentro y fuera del territorio al que sirven los espías no siempre se reconocen como tales. Las misiones clandestinas lo son sencillamente porque jamás se admiten. En España el CNI (Centro Nacional de Inteligencia) está ‘controlado’ por un magistrado del Supremo y supervisado por el Ministerio de Presidencia al que se adscribe. Si pensamos que se hace algo atípico no se comunicará a nadie que deba saberlo. Fuera de España, por ejemplo, a los agentes del CNI que no se quieran reconocer como tales jamás se les da cobertura diplomática que sí tienen sus colegas bajo cargos consulares de inconcretas tareas.

Dejando claro qué es un espía; al entender popular el ‘detective privado’ es muy diferente. 

Empecemos reconociendo que es un profesional libre que no ampara ningún organismo. La licencia que otorga el Ministerio del Interior sólo da derecho a ser multado más allá, y por mucho más, que cualquier infractor de normas administrativas. El detective privado basa su credibilidad en las fuentes que use y las comprobaciones que haga de lo que informe de su objetivo.

  • La profesionalidad no es pareja a la autorización administrativa. 
  • Tener licencia no es garantía de dogma. 
  • La verdad se documenta y trabaja, la suerte investigadora hay que buscarla. 
Para entendernos

El mito que lastra la palabra ‘detective’ viene de lo británico, en realidad y en la ficción. En los países que comparten el inglés el detective es un grado policial que antecede al de sargento, capitán, intendente, comisionado o cualquier otro que aplique cada cuerpo o país anglosajón donde el detectives español es el ‘investigador privado’ (private investigator).

Aquí, en España, somos diferentes, cómo no. El detective equivale al investigador privado y le pisa los talones la policía, que en países que hablan el idioma de Shakespeare, está llena de detectives, con o sin uniforme.

Es, por tanto, muy diferente un espía y un detective privado.

Las misiones son diferentes. Si viajamos al ‘detective’ ajeno puede investigar delitos, por ejemplo. Aquí ese mismo apelativo profesional es alguien que hace lo que puede para sus clientes, desamparado del poder, y cada vez más tiene menos hueco. El capital es su licencia, su vocación de servicio y ayudar a que la verdad no tenga únicos intérpretes. Son gajes del oficio.


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